Hagase grande, pensando en grande. Nunca cometa el crimen de la autodepreciación. Recuerde: usted es mucho mejor de lo que cree que es. Reconozca sus valores. Eso no es orgullo. San Agustín repetía que la humildad es la verdad , o sea, reconocer nuestros valores, que son muchos.

Use palabras brillantes, alegres, optimistas, palabras que prometan victorias y alegrías. Esto rejuvenece el ánimo. La próxima vez que le pregunte cómo está, responda emocionado: "Muy bien, gracas a Dios". Cómo le va en su trabajo? Fantásticamente! Que tal es el oficio que tiene?

Formidable! Hable así siempre, y verá que se cumple en usted lo que decía Roosevelt, el presidente: "Cada vez que pienso con optimismo y hablo con palabras de alegría, siento en mi espíritu nuevas fuerzas para triunfar"

Evite las palabras que crean imágenes de fracaso. No olvide que el fracaso no exitse sino en la mente. El fracaso no existe en los planes que Dios hizo para usted. El fracaso no existe en las cosas ni en las otras personas. El fracaso sólo puede existir en la mente de usted. Aléjelo pensando que lo que está haciendo sí es importante y que "aunque fuera posible que una madre olvide a sus hijos, nunca será posible que Dios abandone a los que en El confían (Isaías).

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