El sagrado encanto de las zanahorias gigantes Desde que la iglesia evangélica llegó a Almolonga los cantineros se fueron… o se convirtieron. El único

Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible Mateo 17:20
María Xicará saca de un costal rojo una zanahoria de su última cosecha, la extiende desde la punta de sus dedos hasta su codo; las alborotadas hojas verdes le caen por el antebrazo. Es una zanahoria monstruosa, que bien alimentaría a un conejo gigante. “Son tan grandes por la bendición de Dios”, dice sonriente, exhibiendo tres coronas doradas en sus dientes, “… y también por el fertilizante”, agrega. “Hacen falta las dos cosas, si uno sólo ora no funciona, tampoco funciona el fertilizante sin oración”, confiesa como quien revela una receta de familia guardada por generaciones.

El progreso económico que ha tenido Almolonga en los últimos 20 años es tan grande como sus vegetales. La pobreza se ha erradicado casi por completo, las casas tienen 2 o 3 niveles y los niños van mejor vestidos. Los campesinos compran camiones al contado y la producción se exporta a toda Centroamérica y México. La prosperidad empezó cuando la Iglesia evangélica se asentó en el pueblo, si fue una casualidad o una causalidad es el dilema que envuelve a los estudiosos.

“Esto era Sodoma y Gomorra”, recuerda Mariano Riscajché, el fundador de la primera iglesia evangélica. “Para las fiestas las muchachas se quedaban medio desnudas tiradas en la acera, los hombres golpeaban a sus mujeres. Había mucha miseria”. Ahora el 90 por ciento de la población es protestante y hay más iglesias que cantinas. Treinta y siete templos versus 4 bares.
“La gente tenía hambre así que nos reunimos todos a pedirle a Dios que nos diera comida y él nos mandó verduras gigantes”, explica el pastor del templo más grande del pueblo. Su iglesia alberga a 1,000 personas y tiene su propia estación de radio y también envía el sermón a través de la internet.

“La gente cambió radicalmente su cosmovisión”, cuenta el economista Juan Francisco Callejas, evangélico y estudioso del tema religioso, “la cosmovisión maya les decía que el tiempo es cíclico, entonces ellos no veían el progreso, pensaban que todo se iba a volver a repetir. La visión judeocristiana les explicó que el tiempo es lineal y que se puede avanzar y progresar cada vez más. Ellos tenían a la naturaleza como sagrada y cuando la tierra se lleva a nivel de deidad entonces tengo miedo de investigarla, de explotarla. En la religión judeocristiana la naturaleza está supeditada al dominio del hombre, tenemos la potestad de modificar. Yo tengo que rendirle cuentas a Dios de lo que conseguí con la tierra que él me dio”.

Los dos hijos de Manuela Hernández estudian en la capital, en una universidad privada. Ella no sabe leer ni escribir. La realidad de la nueva generación es abismalmente diferente a la de los padres. El esposo de Manuela era alcohólico y la mayoría de dinero ganado se iba en licor. Pero un día su marido se topó con que en lugar de la cantina que frecuentaba, había una iglesia. Se fue furioso. Pero volvió. Ahora tiene el doble de terreno que tenía antes, una casa de dos pisos y el dinero suficiente para mantener a sus hijos en la ciudad.

“Las religiones se enfocaban siempre en el más allá”, explica el sociólogo Otto Cortez, “hasta que sale una nueva propuesta que se basa en el más acá, allí es donde surge la religión evangélica. De esa cuenta nace la teología de la prosperidad, donde empiezan a asociar el bienestar económico con la bendición de Dios. Se fomenta el trabajo, el ser emprendedor para generar riqueza y ver las ganancias como bendición. Antes se pensaba que ser rico era estar mal con Dios. Con esta nueva teoría, se ve la riqueza como la bendición”. Cortez realizó una investigación en la que preguntó a personas de distintas religiones: “¿Dios está de acuerdo con que vivamos en pobreza?”. El 88 por ciento de los evangélicos dijo que no. Poco más de la mitad de los católicos piensan que sí.

Otro ingrediente de la prosperidad es la unidad y la colaboración entre personas. La comunidad religiosa se apoya entre sí, “si voy a hacer negocios con alguien qué mejor que con un hermano”, dice un fiel; “si es hermano yo sé que no me va a fallar”, asevera otro.

“La concepción de la persona en el neopentecostalismo está integrada por cuerpo, alma, espíritu y relaciones y no sólo por cuerpo y alma, como en lo católico y en lo Pentecostal”, apunta Jesús García Ruiz, en el libro Colección Pensamiento.
Tres iglesias por esquina
El sonido de los gritos, la música y el llanto se mezcla e invade toda la cuadra. Resuenan aplausos y voces que hablan jerigonzas imposibles de descifrar. Detrás de una puerta improvisada con dos láminas un grupo de personas causa el alboroto. Están orando por una anciana enferma. La voz de Teresa Menchú se amplifica por una media docena de bocinas distribuidas en el salón. Cinco señoras de coloridos trajes elevan las manos y las dejan cerca de ella, muy cerca pero sin llegar a tocarla, como si la enferma tuviera un campo magnético que las alejara. Todos gritan y luego se calman. Llega el silencio y tras una breve pausa Teresa da los avisos de la semana: “Seguimos con la colecta para construir un templo grande”, recuerda y deja una canasta plástica sobre el podio. Es una de las iglesias más nuevas y probablemente la más pequeña.

El Calvario, la iglesia de Riscajché, empezó en el pequeño local que antes ocupaba una cantina, como señal del trueque que empezaba a darse en el pueblo: licor por Biblia. Riscajché la fundó porque Dios se lo pidió. Lo encontró un día, cerca del expendio de licor clandestino y le dijo que él debía recuperar al pueblo. El pastor no daba crédito de lo que ocurría, “yo solo no puedo Señor, conviértelos a ellos también”, solicitó señalando a los hombres que salían de beber alcohol. Dios cumplió y así empezó su iglesia.

En Almolonga sólo hay 1 policía, que la mayor parte del tiempo se pasa descansando. No hay una subestación policíaca en el pueblo de 27 mil habitantes. Hace falta recorrer mucho y observar con cuidado para encontrar una cantina. El último censo municipal reveló que el 65 por ciento de la población tiene un negocio propio, y que el 86 por ciento sólo habla k’iche’ y no español.
Los que se fueron
El panorama es desolador en la única iglesia católica. “Se han ido yendo”, dice con cierta nostalgia Santo Tomás García, el sacerdote del pueblo, “hay que reconocer que parte de la culpa la tiene la Iglesia. Este templo pasó mucho tiempo sin cura fijo, pero estamos intentando recuperarlos”. Frente a la imponente fachada colonial hay un parque, con pisos cerámicos y un ambiente relajante. Pero no hay gente cerca. Un letrero que prohíbe correr, jugar pelota o usar patines, es el único presente.

“Ellos les enseñaron a hacer dinero pero descuidaron el lado humano”, dice el padre, “los niños están desnutridos porque las mamás con tal de atender el negocio no cocinan, les compran comida chatarra. Se perdió la tradición de comer en familia, comida hecha en casa”.

El teólogo inglés, John Wesley, uno de los más estudiosos del protestantismo ya advertía que la religión puede ser un impulso que luego se olvida. “Yo temo: donde la riqueza aumenta, la religión disminuye en medida idéntica. Necesariamente, la religión produce laboriosidad y sobriedad, las cuales son a su vez causa de riqueza. Pero una vez que esta riqueza aumenta, aumentan con ella la soberbia, la pasión y el amor al mundo”.

“Por hacer dinero se olvidan de la familia”, recalca el sacerdote Tomás moviendo de derecha a izquierda la cabeza. “Ellos no hicieron nada para que nuestra gente cambiara. Al contrario estaban felices con tanta gente que llegaba a confesarse”, dice el pastor Riscajché, “no nos respetan, ahora que viene la fiesta patronal ya lo están planeando a lo grande y para ellos lo grande es licor”.

“Ahora resulta que la culpa es de San Pedro”, comenta el padre, “ellos dicen que es por la fiesta de San Pedro el alcoholismo, pero eso no es verdad”, aclara.

El enfrentamiento más fuerte se dio hace unos días, cuando la empresa Dorada Ice llegó a regalar cerveza en el Parque Central. Los pastores se enfurecieron con el Alcalde católico que lo permitió, “nos ha costado trabajo alejar a la gente de alcohol”, argumenta Riscajché. El jefe edil asegura que no tenía idea de que se trataba de licor, pensó que era un refresco. “Pero ya estamos tramitando una multa que les vamos a cobrar”, aclara. En Guatemala hay 590 sacerdotes y 28 mil pastores.
¿Dios nos da dinero?
La idea de que “primero entra un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos” no tiene cabida en Almolonga. Para ellos más dinero significa más bendición.
“Algo que la Iglesia nunca deja de lado es el cuidado de los pobres”, recuerda Callejas.
“Nosotros eso lo vemos como una oportunidad para que esas personas prosperen y eso redunda en generación de empleos a través de empresas lucrativas. Con una empresa lucrativa podemos ayudar al pobre de una manera permanente”.

“El impacto del protestantismo en la prosperidad no es nada nuevo. Históricamente las iglesias han hecho un aporte. Con la proclamación del evangelio trajeron el impulso de la educación. El primer misionero que llegó a Guatemala vino a abrir una escuela”, recuerda el teólogo y sociólogo Israel Ortiz.

Para Rosa, una de las pobladoras, el cambio ha sido total. “Desde que nos convertimos este es un mejor lugar para vivir”, dice la madre de tres niños que tiene una tienda llamada “Eben Ezer”, un nombre bíblico como casi todos los negocios del lugar. “Yo di dinero para el templo, el fruto de mi trabajo está allí”, comenta mientras busca en su delantal de flores bordadas un billete para darle el cambio a un cliente, el comprador se retira con un “Dios le bendiga, hermana” y Rosa vuelve a la charla, “el pastor nos dice que ese templo es de todos nosotros”.

El sacerdote del pueblo critica eso, “Jesús nunca pidió dinero”, asevera. Uno de los pocos fieles católicos está de acuerdo con él, “les enseñan a producir dinero para después quitárselos”, dice entre dientes, tratando que nadie le escuche.

El dinero llegó con las fascinantes verduras. “Son tan grandes porque oramos”, recalcan los campesinos. “Almolonga es un terreno privilegiado para la agricultura”, explica el sociólogo Roberto Gutiérrez, “está a la misma altura que Xela, pero escondido tras las montañas, por eso no hay heladas y no se queman los vegetales. Además está rodeado de afluentes y atravesado por un río. Esa es la razón de la buena producción”, explica.

“Si no hay oración no crecen”, insiste María.